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Una Escritora no Convencional

Can Xue, seudónimo de Deng Xiaohua, autora vanguardista, escribe desde los años 80 en su China natal y ahora está considerada entre las más grandes y con posibilidades de hacerse con un Nobel. Nos hemos acercado a su literatura gracias a dos libros recientemente traducidos al español. He aquí un pedacito de su historia.

Pones Can Xue en Google y te saltan algunas fotos. Hay una donde aparece en una habitación de pared blanca. Está sentada en un sillón y mira a la cámara. Uno podría percibir timidez en su mirada, y también sencillez. Se trata de una escritora nacida en China (Changsha, Hunan, 1953) y que tiene ahora la cansada tarea de responder a los medios por cómo trabaja y escribe, sobre cuáles son sus influencias, y si siente presiones al estar llamada a ganar el Nobel (lleva ya algunos años como nominada). Ahora bien, no conocemos a Xue, pero, por lo que hemos leído en estas entrevistas, parece que lo del Nobel no le interesa mucho. Y que lo único que quiere ella es seguir escribiendo, en paz, tranquila, bajo el influjo de sus emociones y de eso que conocemos como “intuición”.

La controvertida escritora china Can Xue ha sido candidata para el Premio Nobel de Literatura en tres ocasiones: 2019, 2020 y 2022.

Can Xue no es su verdadero nombre. Y su literatura no es tampoco una gaseosa que tomas en medio de la noche y ya está. Deng Xiaohua arma su itinerario creador tomando en cuenta el mundo que la rodea: hay en sus novelas y cuentos reflujos de su propia vida, que, por supuesto, lleva a los extremos de lo fantástico e irreal. En Conviviendo con humanos, último cuento de Hojas rojas (Aristas Martínez, 2022)1 , nos habla una urraca (“Soy una urraca macho de mediana edad…”), mientras que en otro lo hace un sauce (“La cara del jardinero carece de expresión… Yo soy el único que duda de sus métodos”).

“Ha publicado libros de comentarios sobre Borges, Shakespeare, Dante, Goethe, Italo Calvino y Bruno Schulz. En Yale también publicó una novela sobre Kafka”

Esto no es sorprendente, no. Pero Can Xue maneja bien el metabolismo de la ficción literaria: en su narrativa está engarzado lo poético con lo terrenal, con el día a día. En El delito, del mismo libro, todo gira en torno a una caja de madera; el engaño está puesto al hacer creer al lector que la caja esconde un cadáver (esto nunca se sabrá del todo), cuando en realidad el delito es de otra índole, mucho más extraño y sutil.

La sutileza. Lo curioso. E incluso lo grotesco. Se trata de una heredera de la mejor literatura occidental (entre sus influencias, ha dicho ella, están Borges, Kafka, Dante). Si ponemos un foco en lo local, uno podría pensar en el casi siempre olvidado Clemente Palma. Semejanzas aparte, sabemos que la autora prefiere evitar las etiquetas (de surrealista no tengo nada, ha dicho de algún modo), aunque es verdad que lo suyo tira más para las vanguardias.

 

Una época complicada

De niña ya leía harto. Uno podría pensar en cómo lo occidental, el canon de nuestra literatura, penetró en la mente de una chica joven de Hunan, en una China abatida por el comunismo de Mao. Esto, claro, tiene también una explicación. Hubo un momento en que esa China se abrió al mundo. Hacia los 80 entraron a tallar libros traducidos de otros países. Algo así como que de repente, en la soledad de tu cuarto, te toparas con una araña azul, y no tuvieras más remedio que admirarla o salir corriendo. Xue puede que haya pasado por algo así cuando tuvo en sus manos un libro de Borges o de Kafka por primera vez.

Ya se ha dicho que leía mucho, aunque esto tampoco ha de sorprender, pues sus padres fueron gente educada (papá, editor de un diario de su ciudad; mamá, profesora). Con lo de la Revolución Cultural el mundo de esta niña –y de sus cinco hermanos, pues no era única– cambió por completo; papá y mamá, perseguidos por sus ideas, pese a que eran, en teoría, comunistas también, fueron enviados lejos de casa para que “mejoraran” su conducta (“reeducación” a través del trabajo, le suelen decir). Esto hizo que Xue caminara un tanto sola por la vida (hubo pobreza, hambre, miedo), aunque, por suerte, de la mano de una persona que todavía podía escucharla, comprenderla: su abuela, que moriría más tarde de un edema.

Sus pinitos como escritor llegaron cuando cumplió los 30. Para entonces (inicios de los 80) ya llevaba encima la mochila de sus influencias literarias; ciencia ficción, novelas, libros que su propio padre le había recomendado que leyera. De la época de crisis, de carencias, iba quedando solo el recuerdo; cuando empezó a publicar sus primeros cuentos, tanto a nivel amoroso como económico se encontró más estable (luego, por supuesto, de aprender por sí misma el inglés; después de persistir en trabajos para ajenos). Se casó entonces, tuvo un hijo y formó su propio negocio: un taller de sastrería, en su casa, con empleados a su cargo y con la posibilidad de tener tiempo para ella y los suyos.

No se puede hablar de una independencia total y radical. Lo de Xue fue, qué duda cabe, amor a las letras. Persistencia. Tenacidad oriental, si se quiere.

A los diversos medios que ha dado entrevistas (que a su vez citan un libro de memorias de su mano titulado A Summer Day in the Beautiful South) ha dicho que su formación como escritora fue autodidacta.

En 2017 escribió: “Cualquier artista moderno y auténtico, cualquier escritor, debería considerarse en sí mismo un cosmos, o como dicen los chinos, una ‘pequeña naturaleza’, cuando ella o él está creando su obra… Una obra de arte exitosa necesita de tu cuerpo y de tu cabeza (tu mente), y necesita que actúen de manera simultánea, y tú, por consiguiente, deberás siempre concentrarte en realizar una actuación improvisada, una en cada segundo.

La frontera fue su primera obra traducida al español. Seguida de Hojas rojas, una recopilación de ocho cuentos. Abajo, novela oscura y cómica de una comunidad en la que se normaliza la paranoia y la sospecha.

Nieve que no se derrite 

 

Es probable que su obra tarde en llegar a Perú. Pero ya en España se la lee; de hecho, hace poco se realizó un club de lectura auspiciado por el Centro Cultural de China en Madrid, con motivo de Hojas rojas y en el que participó su traductora Belén Cuadra Mora. Allí estuvimos, cómo no, aunque a distancia, y supimos que, en los últimos 20 años, la literatura china actual ha ganado terreno en nuestro idioma, o que, al menos, se está haciendo su propio espacio en escaparates de librerías y en bibliotecas públicas y privadas. 

 

Xue es, además de escritora, una traductora y crítica literaria (de Borges, de Kafka, sus preferidos). En 2021 su nombre apareció en el bolo del Nobel junto con autoras como Margaret Atwood, Anne Carson y Olga Tokarczuk. Aunque ya se ha dicho que el Nobel no parece quitarle el sueño, es verdad que la sola mención como candidata hace que los ojos del mundo se vuelquen hacia ella. Y que la quieran conocer, y que la busquen como esa rara avis que es. 

 

Nieve que no se derrite quiere decir su seudónimo Can Xue. Nieve que no se derrite… hasta la imagen en sí misma es sencillamente poética.

 

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Encuentro de Dos Mundos

 

La aventura formativa del artista Ernesto Apomayta en China y el vínculo que dura ya cuatro décadas.

 

Han transcurrido algunas décadas, pero Ernesto Apomayta Chambi (68) aún recuerda la ocasión en que conoció a Li Keran (李 可染). Al término de clases en la Academia Central de Bellas Artes de Beijing, el profesor Jiao Yufu lo llevó, integrando un grupo de alumnos chinos y extranjeros de dicha institución, a casa de quien es considerado uno de los más importantes artistas cultores de la pintura tradicional china (guó huà, 国 画 o danqing: 丹青) y maestro de la misma en la segunda mitad del siglo XX. “Nos mostró, una por una, algunas de sus pinturas y nos explicó el significado que tenían y qué representaban o expresaban, y en muchas de ellas se podía leer poemas taoístas”, refiere. “Esa era la mejor enseñanza, de calidad, como hacían antaño en las escuelas doctas”, añade. 

 

Li Keran (1907-1989), reconocido por su obra, trabajaba empleando la tradicional técnica de aguada (shuǐ mò huà, 水墨画) influenciado por los renombrados Qi Baishi y Huang Binhong. Su nombre artístico era Sanqi y no era del todo desconocido para el pintor peruano. 

 

Nacido en 1955 en la comunidad de Juruhuanani, en el distrito de Ácora, Puno, también lugar de origen del egregio maestro José Antonio Encinas, Ernesto Apomayta pasó por las modestas aulas de los colegios de Juruhuanani y Ccaritamaya en la década de 1960 y concluyó su educación secundaria en el Glorioso Colegio Nacional “San Carlos” de Puno (creado en 1825 como Colegio de Ciencias y Artes). Luego ingresó a la Escuela Regional de Formación Artística en Juliaca, Puno, para posteriormente terminar su formación en la Escuela Regional de Bellas Artes “Carlos Baca Flor” de Arequipa. Pero fue en Lima, en una visita a la colección permanente del Museo de Arte de Lima, cuando sintió, como si alguien le estuviese confiando un mensaje hasta entonces reservado para unos pocos elegidos, el deslumbrante efecto que ejerce un conjunto de obras de arte de cierta categoría en quien las contempla por vez primera y salió convencido de la validez de su vocación y del carácter trascendental de la entrega al quehacer artístico. Pero tuvo que pasar algún tiempo hasta conseguir salvar la brecha que mediaba entre esa elevada señal recibida y la realidad del día a día: tras desempeñarse como profesor de educación artística en el colegio secundario “Juana Cervantes de Bolognesi” de Arequipa durante cinco años, se ganaba la vida como promotor de arte en el Núcleo Educativo Comunal Nº 9 de Chorrillos y en la Supervisión de Educación Nº 6 de San Juan de Miraflores, en Lima. 

 

Fue pocos años después, cuando las relaciones entre Perú y la República Popular China retomaron el vínculo que la riada de la inmigración proveniente de ese país había sostenido de manera ininterrumpida con su torrente al margen de las diferencias entre los respectivos gobiernos, cuando el joven artista, que había partido a Italia en pos de su sueño, postuló a una de las becas integrales que ofrecía el gobierno chino y la obtuvo. Tenía entonces 27 años. “De niño siempre escuchaba de mis abuelos y mis padres mitos y leyendas chinas, que me fascinaban. Por eso decidí aceptar la beca para estudiar en una civilización que nació antes de Cristo”, explica. “Después del Renacimiento italiano, siempre me ha fascinado la cultura asiática”, añade. Tales fueron algunas de las motivaciones que finalmente, por esos insondables cursos que toma la vida, lo llevaron a Beijing, a donde llegó en setiembre de 1984.

 

No obstante su temprano y fuerte interés en la cultura china, el primer contacto fue de sobresalto. “Cuando llegué a Beijing, me impactó mucho”, refiere. “No podía leer los caracteres chinos, tampoco entendía nada de lo que hablaban entre ellos”, cuenta. Se sobrepuso, sin embargo, sin mayor problema. “No era nada imposible, nada como para no iniciar el proceso de adaptación y aprendizaje”, dice. Más aún, se propuso un objetivo: “absorber como una esponja todo lo que podía en China, hasta escribir sobre la evolución de la pintura china en cinco dinastías”. Y es lo que hizo en su tesis de maestría en muralismo mexicano que obtuvo en la Universidad Nacional Autónoma de México, en 1994.

 

Ante el mural en el Instituto Internacional de Inglés en Chengdu, Sichuán, en 2000.

 

El procedimiento de la esponja empezó en realidad con el conocimiento de la lengua. A lo largo de 

365 días se dedicó a ello. “Tenía que aprobar en un año [la prueba de conocimiento de la lengua], caso contrario sería muy dificultoso. Sin profundizar en el idioma no se puede continuar porque no podríamos comunicarnos con los maestros y los condiscípulos”. “El aprendizaje en la pronunciación del mandarín o putonghua [mandarín estándar; en chino pinyin: pǔtōnghuà] para mí fue muy adaptable porque la fonética es similar al aimara y al quechua; es decir, no tuve problemas ni con mis cuerdas vocales ni con la expresión de labios”, señala. La base adquirida en ese año previo a la beca para la formación artística superior fue lo suficientemente sólida como para que, más adelante, tras otro año de “riguroso estudio” que demandó tomar clases especiales de los cuatro tonos fonéticos, entre otras de las complejas y distintas exigencias idiomáticas, consiguiera ocupar el segundo puesto en un concurso de mandarín organizado en 1987 por la cadena televisiva CCTV, en el que participaron 350 extranjeros de todo el mundo, afirma.

 

En el Bridge Magazine, 1988, nota de prensa en chino mandarín sobre su presencia en China. 

 

Puntos en común 

Las expresiones culturales a ambas orillas del Pacífico que unen a China y Perú.

 

Entre las muchas similitudes que encuentra entre Perú y China, Ernesto Apomayta destaca algunas que corresponden a la música. “La [música] andina se compone, al igual que la china, de una escala pentatónica. La métrica y el canto se parecen, especialmente la de las regiones surandinas de Cusco y Ayacucho”, afirma. Así mismo, refiere que entre los tibetanos y los aimaras de Perú y Bolivia “hay fuertes coincidencias en la fonética, también en las formas de vestir y en cómo confeccionan sus coloridas prendas”. Añade que la naturaleza y sus fenómenos ocupan un espacio singular en las culturas originarias chinas y americanas: “La tierra, el cielo, el sol, la luna, las estrellas, el mar y los ríos, las nubes, el viento y la lluvia no representan la realidad objetiva. Son como lo demuestran precisamente los epítetos que los caracterizan: ‘hermanos’ de los pobladores y ‘seres vivos’ que merecen respeto”, sostiene. Asegura que el aprendizaje del chino mandarín es más fácil para aquellos que dominan el quechua y el aimara con relación a los que hablan únicamente castellano. “La fonética de las lenguas originarias me ayudó mucho para el dominio del idioma chino. Muchas de esas palabras se pronuncian de manera similar al chino mandarín, aunque tienen significados distintos”, puntualiza.

 

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