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Protagonistas de la excelencia

Escribe Diana Quiroz 

 Desde hace quince años la Asociación Peruano China (APCH) premia a los descendientes chinos que impulsan el desarrollo del Perú en diferentes ámbitos. La reciente edición confirmó, una vez más, el espíritu progresista y fraterno que caracteriza a la comunidad. La premiación del 18 de enero se dividió en cuatro categorías.

La entrega de los Premios Inmigración estuvo cargada de arte, emoción e historias inolvidables. El evento que reconoce la labor de la comunidad tusán en el Perú cumplió 15 años. 

 

Sheila Tang puso el momento criollo

 

Jorge Manini muestra el diploma otorgado a los Chung

 

Los ganadores de la noche junto al presidente de APCH Erasmo Wong Lu (segundo): la pianista Lydia Hung, el incansable padre Pachi, el emblemático cevichero Javier Wong y Jorge Manini, representante de la familia Chung.

 

Foto: Alberto Távara

 

En casa, al lado de uno de los cuatro pianos que conserva, Lydia Hung exhibe el trofeo Confucio.

La vocación como bandera

Tiene más de 40 años como pedagoga musical y toda una vida dedicada al piano. Lydia Hung descubrió el instrumento que la apasiona a los cinco años de edad por una circunstancia fortuita. Una deuda a favor de su padre trajo a casa un piano marrón, vertical y de candelabros que llamó su atención. Por entonces ya estaba inmersa en el arte. “Mientras mis hermanos y yo hacíamos las tareas, mi mamá nos ponía música clásica. También nos llevaba al ballet y al teatro”, recuerda. De la curiosidad inicial pasó a la disciplina. Empezó a tomar clases particulares y luego, gracias a que desbordaba talento, fue contactada con Luisa Negri, su maestra y guía. A los seis años ya estudiaba en el Conservatorio Nacional de Música. Allí se nutrió de las lecciones de los célebres Enrique Iturriaga y Armando Sánchez Málaga. Posteriormente, cursó estudios de perfeccionamiento en la Universidad de las Artes de Berlín, donde obtuvo el diploma de pedagogía del piano. Con todo ese bagaje regresó al Perú para dedicarse a la formación de nuevos valores. Para Hung la iniciación musical temprana es vital pues desarrolla la abstracción y el aprendizaje lógico matemático, la asociación espacial, la lectoescritura y la capacidad emotiva de los niños. Según los datos que maneja, se necesitan alrededor de 15 mil profesores de música para los colegios peruanos, un número difícil de alcanzar por falta de políticas y acciones gubernamentales claras.

En la actualidad se desempeña como presidenta de la Comisión Organizadora de la Universidad Nacional de Música, es parte del Conjunto de Música Antigua de la PUCP y directora ejecutiva ad honorem del Patronato Nacional de Música.

¿Qué hubiera sido de ella si el destino no hubiera puesto un piano en su camino?, le preguntamos. “Me gustaban las letras, la literatura y la psicología, pero no al punto de tomarlas como una carrera. Por eso creo que de alguna manera la música me hubiera encontrado. Yo siempre digo que para ser músico se necesita una dosis de locura, de vocación, porque hay que olvidarse un poco del resto y entregarse de lleno a seguir estudiando”, responde.

 

Foto: Alberto Távara

 

Cuarenta años difundiendo los secretos del ceviche han convertido a Javier Wong en un ícono de la 

La simpleza del mejor sabor

A estas alturas de la bien ganada fama de Javier Wong, es conocida la anécdota que le dio nombre a su reputado restaurante. En francés Chez Wong significa “en la casa de Wong” y así fue como el poeta Rodolfo Hinostroza, recién llegado del país de los galos, empezó a llamarlo. Por entonces, el cocinero no tenía idea de lo que quería decir aquella frase. En realidad, el verdadero nombre de su cevichería es Sankuay y se traduce como “serrano”, tal como solía llamar a Javier el dueño del local que alquilaba. Antes de hacer maravillas con los cuchillos, el cocinero que prepara “el mejor ceviche del mundo” fue periodista. Su incursión en el arte culinario se debió, primero, a la buena lectura que hizo de una oportunidad de negocios y, luego, a una desgracia familiar. “Mi mamá tenía una bodega cerca de la reconstrucción del zanjón, en Balconcillo. Ella quiso traspasarla a otra persona, pero yo me di cuenta de que había varias fábricas alrededor y que la gente llevaba su lonchera”, recuerda. Así que le propuso vender menús. “¿Y quién va a cocinar?”, le preguntó su madre. Daniel, uno de sus tíos, fue el elegido para esa labor. Javier lo convenció de ser parte del negocio y se convirtió en su ayudante. Todo iba bien hasta que un día el tío no llegó. “Había sufrido una embolia cerebral. Tuve que meterme yo en la cocina. Me cortaba por aquí y por allá, pero tenía que seguir porque era parte de la economía del hogar”, añade. Cuarenta años han pasado desde entonces y aunque sus primeros platos no incluían el ceviche, confiesa que aprendió a prepararlo viendo a su tío Daniel. Asegura que en la simpleza está la perfección. Su celebrada versión de nuestro plato bandera utiliza sólo cinco productos: filete de lenguado, sal, pimienta, cebolla y limón. El ají es opcional y se echa al gusto. En el 2011 recibió, junto a otros grandes de la cocina, la Orden al Mérito por servicios distinguidos en el Grado de Gran Oficial. “Sufrí años por preparar el ceviche con esa simpleza, hasta que el esfuerzo dio sus frutos. Ahora el mundo entero lo consume. Ese es mi mayor premio”, dice con orgullo. 

 

Un grupo representativo de los Chung abarrotó el auditorio donde se celebraron los Premios Inmigración. Llegaron de todas partes del Perú con alegría y orgullosos de sus raíces chinas.

 

La mención honrosa fue para la familia Chung en Mérito a su Destacada Misión Integradora y de Apoyo Familiar y Solidaridad con el Prójimo; el Premio Integración a la Destacada Trayectoria Profesional y Aporte a la Gastronomía recayó en el famoso cevichero Javier Wong; la maestra de piano Lydia Hung recibió el trofeo Confucio por su Trayectoria Personal e Invalorable Aporte a la Música en Nuestro País, y el padre Adriano Tomasi, más conocido como el Padre Pachi, fue premiado por su Trayectoria Personal e Importante Labor Pastoral en la Comunidad Peruano China.

Como ya es costumbre, la gala se llevó a cabo en el auditorio de la Corporación Wong, en La Molina. La noche inició con la presentación de Jorge Manini, representante de los Chung, familia peruano-china que ha logrado crear una red de contacto con sus miembros dentro y fuera del país. Tras sus palabras, los integrantes del clan regalaron al público tres números artísticos: el baile de la anaconda, una marinera norteña y –la sorpresa de la noche– el himno de los Chung. El tema compuesto por Consuelo Chung cobró vida hace cinco años y desde entonces cantan con alegría “los Chung seremos juntos por siempre una familia, un solo corazón”. Precedido por la interpretación de las canciones “El tamalito” y “Chinito chicharronero” a cargo de Sheila Tang, llegó el turno del homenaje a Javier Wong, quien a lo largo de varias décadas ha dejado en alto el nombre del Perú con su exquisita preparación de nuestro plato bandera a base de lenguado y catalogado por expertos en gastronomía como el mejor ceviche del mundo. 

 

El baile de la anaconda a cargo de Miriam, María, Estephany, Pamela, Nicole, Martha, Paty y Patricia Chung.

 

El público saludó con fuertes aplausos a los homenajeados. 

 

Herencia fraterna

Se dice que el primer Chung llegó a tierras peruanas en las últimas décadas del siglo XIX. Proveniente de Taishan, en la provincia de Guangdong, el patriarca que dio origen a los más de 3000 miembros que hoy componen su descendencia en Perú se dedicó al próspero negocio del comercio y se instaló en el corazón de la selva, en la ciudad de Tarapoto.

 Más de 100 años después de su arribo desde China, la historia llegó a oídos de las generaciones más jóvenes gracias a la curiosidad de Michelle Chiong Chung –nativa de Malasia, de madre peruana y abuelo chino–, quien quiso conocer a su familia que habitaba al otro lado del mundo. El primer encuentro de los Chung se realizó en 2012, en Trujillo. Con el paso de los años a aquellas primeras 80 personas que se reunieron en el local de la Beneficencia China, se sumaron muchos descendientes más, ávidos por adentrarse en sus raíces y compartir la cultura milenaria que heredaron. Son tantos –al menos 200 adultos y 40 niños y adolescentes se reúnen anualmente–, que hoy se sabe que el clan, proveniente de un solo tronco pero con muchas ramas, está disperso a lo largo y ancho del Perú. Incluso el colectivo Yo también soy Chung ha localizado a más Chung en países como España, Ecuador, Malasia, Estados Unidos, Brasil y, por supuesto, China. Con todos ellos mantiene una estrecha comunicación gracias al internet. El 2015 marcó un hito para el grupo. Por entonces, una comitiva de 17 personas viajó a la tierra de sus antepasados cerrando el círculo de aquella misión integradora que nació hace 13 años. Durante la ceremonia de los Premios Inmigración el representante de los Chung, Jorge Manini, resumió el concepto que los une: “Nosotros no somos una persona jurídica; somos un grupo que nos consideramos una familia, que tenemos un vínculo y un solo sentimiento”. Otra particularidad de esta familia es la huella social que han dejado en cada una de las ciudades que eligieron para sus reuniones. Como ha precisado Manini, “estos eventos no son un fin, han sido un medio para juntarnos, para fortalecernos. Por eso, con los limitados recursos que tenemos, hemos logrado aportes pequeños pero significativos para gente de la zona”. Donaciones de sillas de ruedas especiales para niños y ancianos, muletas, bastones, ropa, mantas y víveres para poblaciones vulnerables son parte de su contribución solidaria. Estas acciones han recibido diversos elogios y reconocimientos. Uno de ellos fue la entrega de las llaves de la ciudad en Yurimaguas, Loreto.

La tercera premiada fue Lydia Hung, pianista y pedagoga musical, cuyos alumnos le rindieron tributo. Fueron en total tres piezas las que encandilaron a la audiencia, desde música clásica, pasando por un vals criollo, hasta la ejecución de una balada contemporánea. Las emotivas palabras de agradecimiento de la maestra Hung destacaron dos importantes valores chinos: disciplina y amor al trabajo. Preceptos con los que ella se siente identificada desde temprana edad y que ha demostrado a lo largo de su extensa trayectoria. El querido padre Pachi, oriundo de Italia pero peruano de corazón, se remontó a su infancia con “O sole mío” y “La Madonnina”, interpretaciones a cargo del coro de la APCH. Sus más de 50 años de trabajo evangelizador en la comunidad china y labor social en el Perú merecieron el cuarto premio de la noche. El agasajo posterior a los galardonados selló una noche tan reconfortante como aleccionadora.

 

Ariadna Sosaya, exalumna de Lydia Hung

 

Foto: José Vilca

Infatigable y siempre activo, el padre Pachi nos recibió en el colegio Juan XXIII frente a la estatua de Francisco de Asís, fundador de la orden que sigue desde hace 60 años.

Pastor de almas

Llegó al Perú a los 28 años. “Provengo de una familia muy pobre, nací durante la Segunda Guerra Mundial, en el año 1939”, cuenta Adriano Tomasi o padre “Pachi”, como le dicen desde su época de novicio. En el pueblo Gardolo di Mezzo-Meano, de donde es oriundo, había un colegio que congregaba en la misma aula a 50 niños que estudiaban primaria. Esa era la máxima aspiración para los lugareños. Con la llegada de los franciscanos y su generosidad, su mundo se transformó. “Yo pensaba: cuando sea grande quiero ser como ellos”, dice el religioso en su castellano aún imperfecto. Luego de terminar la primaria, fue recibido en un internado franciscano para continuar con sus estudios. Con el despertar de su vocación y tras un año de noviciado, estudió filosofía y teología en Trento. Finalmente fue ordenado sacerdote el 28 de junio de 1964. Al poco tiempo viaja a Roma. Allí conoció a monseñor Horacio Ferruccio, ex obispo en China expulsado por el régimen comunista. Él había recibido la misión de ayudar al cardenal Juan Landázuri en la labor pastoral de los migrantes chinos y sus descendientes en Perú. Con la invitación de Ferruccio a colaborar en esta tarea tuvo que aprender chino cantonés en Hong Kong. Por fin, en 1968 pisó suelo peruano por primera vez. Desde entonces su centro de operaciones ha sido el colegio Juan XXIII. Desde allí y con la invalorable ayuda de la comunidad peruano china ha conseguido, además de consolidar su rol evangelizador, llevar a cabo obras educativas, de salud, alimentación y rehabilitación en zonas vulnerables como Huaycán, El Agustino, Rímac y Manchay. Su más reciente esfuerzo está centrado en proveer de agua a la Comunidad Cenáculo Señor de los Milagros. Ubicada en el desierto de Caral, el sueño de construir una planta de energía solar que asegure el abastecimiento de agua potable y regadío está a punto de cumplirse. “Yo digo siempre que el reconocimiento no es para una persona. Estoy convencido de que un violín no hace una orquesta. Las obras se hacen gracias a la unión de muchos”, sentencia con humildad.

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