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Llamado de la sangre

Foto: José Vilca

Luego de tres lustros, Ruth Lozada, editora general de la revista, deja el puesto para sumergirse en la elaboración de una historia familiar de la inmigración.

Llegó a Integración cuando la publicación era un boletín noticioso, de un puñado de páginas, de las actividades institucionales de APCH. Bajo su responsabilidad se convirtió en la revista que conocemos hoy. El primer número apareció en 2008 una vez logrado lo que ha sido una de sus principales preocupaciones y su legado: constituir “un equipo de profesionales que, siendo una publicación institucional, tengan una visión periodística de los contenidos con un enfoque preciso y riguroso”, según ella misma define. 

Tras 15 años en el cargo de editora general, Ruth Lozada deja la revista para emprender nuevos desafíos en su carrera periodística. Se inició en estos quehaceres casi sin proponérselo. Con estudios de secretariado ejecutivo, laboró en el Centro de Estudios para el Desarrollo y la Participación con Hugo Neira, cuando este daba forma a Huillca: habla un campesino peruano, su premiada obra testimonial para cuya ejecución prestó ayuda. Luego, en 1974, Neira fue designado director de Correo y Ruth se mantuvo en su puesto de secretaria, involucrándose en el trabajo periodístico. Pero además encauzó el interés que había surgido en ella por formarse como periodista e ingresó a la Universidad Jaime Bausate y Meza. 

Posteriormente fue secretaria, en uno de dos turnos, de Enrique Zileri, el legendario director de Caretas, quien la enroló como mano derecha en la salpimentada sección “Nos escriben… y contestamos”. No bien concluyó sus estudios de periodismo y graduada, le solicitó una oportunidad a Zileri. Este la incorporó al bloque de inactuales, y cuando creó una nueva sección, “Salud y bienestar”, se la confió manteniendo siempre su colaboración en la esgrima epistolar. Más de dos décadas se ocupó de esta sección.

Filiación y revelación 

 

Nieta por rama materna de un inmigrante chino, Manuel Dejo, pero distante de cualquier vínculo con la comunidad china y tusán, al tiempo que por razones del propio trabajo en Integración se internaba en los entresijos de la historia de la inmigración y en las tradiciones de los que arribaban de ese país tan lejano, Ruth empezó a prestar atención a su filiación. Supo que su antepasado había llegado de adolescente con dos primos, presumiblemente de Cantón; se había establecido en Chiclayo, donde abrió una tienda de abarrotes, y había fallecido en Ica. La aproximación a sus orígenes se produjo de manera intermitente, entremezclada con entrevistas y lecturas que dejaban entrever el relumbre de una historia desflecada por el paso del tiempo. 

El nombre original de Manuel Dejo, al igual que sucedió con tantos otros inmigrantes, fue relegado al olvido total o parcial y se le impuso o se vio en la necesidad de escoger otro. “Me pregunto cómo debe haber sido para una persona que viene al otro lado del mundo, a un lugar cuyo idioma y costumbres no conoce, que le cambien de nombre”, reflexiona. Justamente para aproximarse a esa historia, pero en clave de ficción, Ruth se aparta del trajín editorial y empieza a construir la novela que esperamos ver pronto impresa. 

 

Alas y buen viento.

 

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