Tres inmigrantes de años recientes relatan cómo y por qué vinieron y decidieron quedarse al otro lado del lugar donde nacieron.
Escribe: Sergio Carrasco
Izquierda: Haixia Zou, originaria de Sichuan, vino hace una década y se dedica al comercio en Yurimaguas.
A la derecha: Junyi Wang, natural de Heilongjiang, vino a estudiar y ahora trabaja como traductora.
Un vínculo esquivo
Las relaciones con la comunidad tusán
En cuanto a su conexión con la comunidad china y tusán establecida en el Perú, Junyi, cuya lengua materna es el mandarín, manifiesta no tener muchas cosas en común. “En la comunidad tusán hablan cantonés y español”, indica. Considera también que tal vez la comunidad tusán “ya está muy arraigada e integrada en la sociedad peruana”. Haixia tampoco tiene relación alguna con la colectividad tusán, pero –afirma– “si tengo la oportunidad, espero hacerme amiga de ellos”.
Originaria de Macao, el puerto al sur de China de donde zarpó la embarcación de bandera danesa “Frederick Wilhelmsen” con los primeros 75 inmigrantes chinos y que llegó al Callao el 15 de octubre de 1849 luego de surcar alrededor de 81 mil kilómetros, Bonnie Cheang, diseñadora gráfica y fotógrafa, llegó al Perú con toda su familia en 1992, cuando tenía ocho años de edad. Su papá, chef de profesión, fue contratado para trabajar en el chifa que operaba en el Club Regatas, en Chorrillos.
El caso de la familia Cheang contradice de alguna manera la idea de la migración china, que delimita ese fenómeno demográfico al período entre 1849 y 1930, año este último en que se produjo la suspensión de la inmigración por el gobierno de Sánchez Cerro, aunque hay quienes fijan la fecha final en 1937, cuando se estableció la prohibición total de la migración nueva.
Es cierto que también ha habido inmigración ilegal, a través de las fronteras con Chile, Bolivia y Ecuador, por el río Amazonas desde Brasil y, ciertamente, en los vapores procedentes de Hong Kong.
en calidad de polizones, que, según afirma Adam McKeown («Inmigración china al Perú, 1904–1937: exclusión y negociación”), «no era insignificante», aunque es poco lo que se conoce al respecto. En todo caso, esa es harina de otro costal. Lo cierto es que la migración china al Perú, aunque en cantidades discretas comparadas con las olas migratorias, no ha cesado desde que empezó. Y en lo que se refiere a tiempos recientes, se trata de emigrantes con perfiles distintos a los de quienes los precedieron.
Para empezar, los lugares de procedencia en China son diversos y no solamente llegan desde Guangdong (广东), la provincia más poblada de China, y, en tiempos más recientes, de la vecina Fujian (福建). De otro lado, las motivaciones también se han diversificado.
Junyi Wang es originaria de la provincia de Heilongjiang (黑龙江), en el extremo norte de la región noreste china, limítrofe con la provincia de Jilin (吉林), con la región autónoma china Mongolia Interior (内蒙古) y con Rusia. Habiendo obtenido en 2017 la beca reciprocidad Perú–China de Pronabec, se mudó a Lima por dos años para cursar la maestría de antropología en la PUCP. Familiarizada en ese período con “la profunda riqueza histórica y cultural de más de cinco mil años de Perú”, una vez graduada se incorporó como traductora en una empresa china establecida en el país. “Desde el aspecto comercial y financiero, Perú es un país muy amigable para los inversionistas chinos y me hace sentir como si estuviera en casa”, señala.
Por su parte, Haixia Zou vino al Perú —tenía 27 años— desde la provincia de Sichuan (四川), al sureste de China, hace alrededor de una década. Dedicada al comercio de importación, se estableció en Yurimaguas (Alto Amazonas, Loreto), desde donde opera una empresa de supermercados de productos chinos y peruanos con nueve establecimientos. “El lugar es más tranquilo y tengo negocios en la zona, así como en la región San Martín y Loreto”, explica la empresaria.
Antes de venir, para Bonnie, Perú era un lugar desconocido (“honestamente, no sabía nada de Sudamérica, nadie de mi familia conocía, tampoco”). Junyi, por su parte, estaba bastante familiarizada: mientras cursaba su licenciatura en China, la que obtuvo con una tesis relacionada con Vargas Llosa en la que, entre otros, citaba a un académico peruano que luego resultó ser su profesor en la PUCP, trabajaba en la oficina comercial de la embajada del Perú en Beijing como practicante, y así conoció algunos “superalimentos” peruanos y prendas artesanales de fibra de alpaca. “Parece que es mi destino estar en Perú y muchas señales han apuntado en esa dirección”, reflexiona coronando sus recuerdos. A su vez, Haixia estaba al tanto de asuntos esenciales para sus intereses: “Sabía que es muy rentable en los negocios y que tiene una gran diversidad cultural y gastronómica”.
Prevenidas o no sobre el lugar al que llegaban, todas ellas experimentaron un impacto, muy a la medida de su edad y al momento de su arribo. A Bonnie lo primero que le llamó la atención fueron los intis. Puesto que llegó en momentos en que la hiperinflación aún daba coletazos, “a esa edad recibir billetes con tantos ceros era algo increíble”. También le sorprendieron gratamente los parques de San Borja, donde se alojó su familia. “Me parecía súper correr en parques tan grandes”, recuerda. En los días en los que Junyi se instalaba vio por televisión las noticias del pedido de vacancia de PPK, algo que le hizo percibir que acá los asuntos políticos son muy dinámicos y debatibles, lo que –afirma– ofrece oportunidades para intercambiar ideas. Haixia de arranque sintió que los peruanos son muy amigables, y poco a poco fue descubriendo que el país tiene “gran potencial de desarrollo”. Halló también que el uso de papas fritas es muy similar al que es propio de la cocina de Sichuan.
A diferencia de lo ocurrido con los primeros inmigrantes, el conocimiento del castellano no representó necesariamente una barrera. Tanto Bonnie como su familia recibieron clases de una profesora particular y ella lo aprendió en menos de un año. Estudiante de filología hispánica desde 2012, Junyi trajo consigo la llave para “abrir la puerta maravillosa de la cultura hispanohablante […] Dominar una lengua siempre significa una llegada eficiente a una cultura”. En cambio, a Haixia le costó más adaptarse a su nueva vida: aprendió el idioma con conocidos y trabajadores de su empresa.
Junto con el aprendizaje del castellano, Bonnie cree haber adoptado una mentalidad occidental, por lo menos en cuanto al hecho de decir lo que piensa, “a diferencia de la cultura china”. Junyi, por su parte, ha reemplazado el café (que tampoco es precisamente una tradición china) por el mate de coca. Y Haixia aprendió en Yurimaguas a celebrar la navidad. En contraparte, Bonnie mantiene la costumbre china de colocar los zapatos en la entrada de la casa para dejar afuera las malas energías y también la suciedad. Junyi, en tanto, no ha dejado de confiar en los beneficios que ofrece la acupuntura para la salud.
«Aunque ahora en cantidades modestas comparadas con las de antaño, la migración china no ha cesado. Pero el origen y la motivación son diversos y el perfil de los “nuevos” chinos también.»
Bonnie Cheang, diseñadora gráfica y fotógrafa, llegó al Perú con toda su familia en 1992, cuando tenía ocho años de edad.
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